La dermatitis atópica es una de las patologías de la piel más frecuentes: afecta al 20% de la población pediátrica y al 8% de la adulta. La enfermedad puede llegar a mermar gravemente su calidad de vida.
Dos de cada diez niños padecen piel atópica, una enfermedad que se ha venido incrementando en los últimos años hasta el punto de considerarse casi como una “condición de la piel” de muchos bebés. Con el paso del tiempo, la enfermedad tiende a desaparecer, aunque persiste en algunos casos y, en otros, los menos, debuta directamente en la edad adulta. La prevalencia en este segmento de edad es del 8%.
Los meses de pandemia han afectado especialmente a estos pacientes y es que el estrés es uno de los factores determinantes en la aparición de brotes y se relaciona directamente con su gravedad. Así se ha puesto de manifiesto durante la celebración del webinar “El reto de la piel atópica: del diagnóstico al cuidado”, un encuentro que se enmarca dentro del acuerdo de colaboración alcanzado entre el Consejo General de Enfermería de España y CeraVe para promover la formación de las enfermeras en el cuidado de las afecciones de la piel bajo el lema “En la piel de la enfermera”.
Según Álvaro González Cantero, especialista en Dermatología y Venereología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid y del Grupo Pedro Jaén, la dermatitis atópica es una patología muy frecuente “sobre todo en niños, en los que es casi una condición de la piel”. El dermatólogo ha destacado que a estas edades supone un problema para los más pequeños, a quienes el picor no les deja descansar llegando a impedirles conciliar el sueño, y para los padres, para quienes representa un auténtico quebradero de cabeza ya que su control requiere no sólo recibir el tratamiento adecuado sino también una gran constancia y formación para aplicarlo correctamente. A estas edades, ha señalado, “con una información adecuada, una buena hidratación y algún antiinflamatorio tópico podemos controlar la mayoría de los casos”.
En la edad adulta la prevalencia desciende al 8%, sin embargo, “si bien el problema es menos frecuente, la enfermedad suele ser más grave”, alterando tanto su calidad de vida, que pueden generarse incluso alteraciones psicológicas. En estos pacientes, ha añadido, a menudo hay que ir un paso más allá y recurrir a terapias orales o inyectables. “Afortunadamente, estamos contentos por la aparición en los últimos años de tratamientos cada vez más eficaces que nos permiten ayudar a estos pacientes”.
El reflejo del miedo en la piel
Además, en esta época, las pieles atópicas se ven afectadas por la mayor presencia de pólenes y es que, según ha explicado, estos reactivan la dermatitis.
De cara al verano, esta enfermera ha explicado que, si bien la piel de estos pacientes suele mejorar debido a la exposición solar, conviene tener ciertas precauciones como evitar los baños en el mar o la piscina si se tiene un brote agudo, aclararse bien la piel al salir del agua, hidratarse y no olvidarse de la protección solar.
Las afecciones de la piel son muy frecuentes entre la población tanto que se estima que la mitad padecerá algún problema de este tipo a lo largo de su vida. En el caso de la dermatitis atópica, por su alta prevalencia, es habitual que la enfermera vea este tipo de pacientes en distintos escenarios. Como ha explicado Mª Cruz Pérez Llorente, “la dermatitis atópica acompaña al paciente a lo largo de toda su vida, con lo cual una enfermera puede encontrárselo en una consulta de Pediatría o de adultos en Atención Primaria, en el colegio como enfermera escolar o en una planta de un hospital porque un paciente puede ingresar por cualquier otro problema y tener un brote de dermatitis debido al detergente que utilizan para lavar las sábanas, por ejemplo”.
En esta misma línea, Álvaro González Cantero ha subrayado la importancia de la educación y el papel de la enfermera en este sentido: “el mayor beneficio para estos pacientes es una buena explicación sobre cómo aplicar el tratamiento, el momento de la ducha, la elección de la ropa… A menudo, cuando vienen a mi consulta y les pregunto lo que están utilizando, lo mantengo porque muchas veces lo que importa no es el qué sino el cómo, el cómo lo están haciendo y nadie mejor que la enfermera para explicarlo”.