La Fundación Española del Aparato Digestivo señala que los síntomas pueden ser confundidos con los de otras enfermedades digestivas. Marta Goñi, del Departamento Científico de Cinfa, nos aporta claves para afrontar este trastorno.
En un momento en el que la actualidad sanitaria se centra en la pandemia por Covid-19, es importante no descuidar otros aspectos relacionados con la salud, como la alimentación o las patologías crónicas. Es el caso de la intolerancia a la lactosa, una dolencia que, según estimaciones de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), padece uno de cada tres adultos de nuestro país.
Al respecto, con motivo del Día Mundial de la Alimentación, Marta Goñi, experta del Departamento Científico de Cinfa, advierte de los riesgos de realizar un autodiagnóstico en torno a esta intolerancia, ya que, “si los síntomas están provocados por otra patología, esta debe ser diagnosticada y tratada por un especialista. Por otro lado, dejar de tomar lácteos sin supervisión médica puede provocar una carencia de calcio y algunas vitaminas, proteínas y ácidos grasos indispensables para el organismo, sobre todo en las etapas de crecimiento”.
La intolerancia a la lactosa o incapacidad del intestino para digerir la lactosa se origina cuando el organismo no produce suficiente cantidad de lactasa, la enzima que descompone la lactosa en otros azúcares más simples.
Los síntomas más comunes, que aparecen entre treinta minutos y dos horas después de la ingestión, son dolor e hinchazón abdominal, diarrea, flatulencias, retortijones, vómitos y náuseas. Suelen desaparecer entre tres y seis horas más tarde.
Grados de intolerancia
“Es el especialista quien debe realizar las pruebas pertinentes para diagnosticar la enfermedad y el nivel de intolerancia de cada paciente. Luego, prescribirá el tratamiento adecuado a su caso, que suele consistir en la exclusión parcial o total de los lácteos de la dieta”, explica Goñi.
Consejos alimentarios
En todos los casos, la exclusión de la lactosa ha de hacerse en función del grado de intolerancia del paciente y ser compensada con la inclusión en la dieta de otros alimentos ricos en calcio. Entre ellos, la especialista de Cinfa aconseja “verduras como las espinacas, la acelga o el brócoli; legumbres como las judías blancas, las lentejas y los garbanzos, y pescados como la sardina, el salmón y el lenguado. También las gambas, las yemas de huevo y todos los frutos secos, a excepción de la castaña, constituyen excelentes fuentes naturales de calcio”. No obstante, existen pautas de alimentación para prevenir y mitigar la aparición de este problema.