Diagnóstico, cáncer de mama; tratamiento, amor y cariño
Vidas Insuperables recoge el testimonio, en primera persona, de la familia Casillas, marcada por el cáncer de mama en su genética familiar, incluido el fallecimiento de un varón por esta enfermedad.
“He de confesar que, pese a que con facilidad comparto mis sentimientos con las personas a las que quiero y ocupan un lugar importante en mi corazón, aún no he encontrado el momento para compartir una de las experiencias que más me ha marcado en mi vida, probablemente por el miedo y dolor que me ha ocasionado. Quizá hoy sea el momento de hacerlo, y tú seas la persona a la que me apetezca contárselo”.
Este es el testimonio en primera persona de Mónica, que cuenta a Vidas Insuperables el caso de su familia, marcada en su genética familiar por el cáncer de mama, incluido el fallecimiento de un varón por esta enfermedad.
Esta es la historia de la familia Casillas:
“Siempre me ha fascinado escuchar historias, y más aún contarlas; especialmente si son reales. Era principios de los noventa, y yo tenía 12 años cuando un día escuché a mi madre llorar mientras hablaba por teléfono. Apenas pude recabar información suficiente para saber el porqué de la pena que se desprendía de las lágrimas de mi madre. Con el paso de los días descubrí que su padre, mi abuelo del alma, estaba enfermo. Una simple, escueta y vaga explicación por parte de mamá pretendía zanjar la preocupación que sus lágrimas ocasionaron en mis hermanos y en mí: “abuelo tiene un grano en el pecho y tienen que operarlo. No os preocupéis”.
Y confiados en las palabras de mi madre, eso hicimos, no preocuparnos hasta que empezamos a ser conscientes del deterioro de mi abuelo, Marceliano, un hombre robusto, fuerte y trabajador que hasta entonces siempre había sido un ejemplo de vitalidad. En pocos meses, ese “grano” que tenía en el pecho nos arrebató al patriarca de la familia Casillas.
Y este fue el comienzo de la convivencia de mi familia con unos genes que en principio nos hicieron sentir miedo, pero con los que hemos aprendido a vivir y que han fortalecido y unido a nuestra familia.
Había transcurrido un año escaso desde el fallecimiento de mi abuelo, cuando en casa comenzamos a percatarnos de que mi madre tenía citas médicas con demasiada frecuencia, inusual en lo que había sido su rutina hasta ese momento. En esas semanas también sonaba el teléfono con mucha más asiduidad que de costumbre, y mis padres abordaban conversaciones con sigilo, mostrando su intención de ocultarnos algo.
De pronto, y todo con mucha rapidez y urgencia, a mi madre tenían que operarla, parecía que era porque tenía la misma enfermedad que había padecido mi abuelo. La información me llegaba a cuentagotas, nadie me explicaba con claridad qué le ocurría a mi madre. Mi padre pasaba los días llorando, mientras mi madre nos sonreía constantemente con la intención de transmitirnos tranquilidad a sus hijos.
Yo empecé a no poder dormir por las noches, la preocupación y el miedo que invadían mi alma sólo de pensar que mi madre tenía el mismo maldito “grano” que nos había arrebatado a mi abuelo, no me permitía mantener la mente ni un solo segundo alejada de este tema.
En el colegio no podía concentrarme. Mientras los profesores explicaban, en mi cabeza sólo escuchaba lo que le estaba ocurriendo a mi madre, motivo por el que sentada en mi pupitre las lágrimas me afloraban sin cesar día tras día; lo que provocó que una tarde, la profesora más huraña que tenía se acercara a mí con la intención de consolarme y mostrándome así su parte más amable y cariñosa. Jamás olvidaré sus palabras: “tranquila y no llores, la medicina ha avanzado mucho y el cáncer se cura, por lo que tu madre va a curarse”. ¿Cáncer? Espeté yo sorprendida y a la vez, incluso, ofendida. Mi madre no tiene cáncer, tan sólo un “grano” en el pecho como el que tuvo mi abuelo.
Así comencé a ser consciente de que la enfermedad que había tenido mi abuelo y también mi madre era un cáncer de mama. Fui conocedora de ello pero en silencio, en la intimidad más estricta que puede tener una persona incluso consigo misma.
En casa jamás se pronunció esa palabra, ni de mi boca salió ni siquiera en una conversación con familiares o amigos. A mi madre la operaron, afortunadamente se recuperó con la serenidad que a ella le caracteriza y con el paso de los meses todo volvió a la normalidad y la enfermedad de mamá ya era un episodio pasado del que nunca hablábamos en casa.
Pero el cáncer de mama de nuevo nos visitó en 2001; esta vez llamó a la puerta de mi tía Nines, y ahora sí, desde el principio se pronunció la palabra cáncer. Mi madre es la mayor de 8 hermanos, y en esta ocasión el cáncer lo tenía una de sus hermanas.
Otra vez, de nuevo, la enfermedad nos hacía revivir el pasado y enfrentarnos todos juntos y unidos a ella, de nuevo a vencerla. Todos nos volcamos con mi tía, y ella, a su vez, con todos nosotros, especialmente con sus dos hijos.
Siempre he pensado que mi familia tiene una fortaleza extraordinaria, y muestra de ella hizo mi tía Nines en su forma de enfrentarse al cáncer. De la misma manera que mi madre, jamás se quejó, en ningún momento la sonrisa que la caracteriza desapareció de su rostro, y su manera tan particular y esperanzadora de luchar contra la enfermedad hizo que el periodo que abarcó su operación y recuperación se sucediera sin miedo para todos los que la queremos, porque la palabra que mejor puede definir su estado en ese momento es serenidad.
Pasado el tiempo, y una vez recuperada la rutina de la vida de mi tía, nos sentíamos de nuevo vencedores y felices, pero al mismo tiempo éramos conscientes de que el cáncer de mama no era una enfermedad fortuita en mi familia.
La felicidad y la sensación de victoria nos duró 14 años. En 2015, justo unas semanas antes de las navidades, mi tía Nines recibía la noticia de que el cáncer se le había reproducido en el mismo pecho. La rabia, el sentimiento de injusticia y la preocupación eran nuestros compañeros de viaje una vez más. Pero esa Nines positiva y luchadora no perdió el tiempo en lamentos y, como ya había hecho 14 años antes, luchó contra el cáncer y nuevamente lo venció.
Se sometió a la mastectomía de los dos pechos, y aunque aún está esperando la reconstrucción de los mismos, hecho que reconoce que no le permite olvidarse de la enfermedad que ha sufrido porque a diario lo tiene presente cuando está frente a un espejo o cuando simplemente se viste por las mañanas, se siente con más vitalidad que nunca, valora la vida por encima de todo y disfruta de todo momento con ilusión y alegría.
Pese a que reconoce haber pasado miedo, especialmente la segunda vez que la enfermedad la visitó, también afirma que ese sentimiento no lo tiene presente en su día a día. La vida la sonríe, del mismo modo que ella nos regala su sonrisa a todos los que tenemos la suerte de tenerla y disfrutarla. No se siente una heroína, pero sí quiere ser ejemplo de vida y esperanza.
En la actualidad, tras diferentes pruebas genéticas a las que se ha sometido mi madre, somos una familia de estudio, y los miembros de la misma nos realizamos semestralmente pruebas y revisiones ante las posibilidades tan altas que tenemos de que la enfermedad llame cualquier día a la puerta de un Casillas. Al principio, he de reconocer que fue un poco difícil encajar que había que convivir con los genes del cáncer de mama, pero ya está completamente asumido y no marca negativamente el curso de nuestras vidas.