André Kertész, el primer genio de la fotografía que retrató la discapacidad
‘Reflejar la vida’ es el nombre de la primera gran retrospectiva del célebre fotógrafo húngaro, que acogerá hasta enero el museo FOAM de Amsterdam. Maestro de iconos del blanco y negro como Cartier-Bresson o Robert Capa, Kertész fue un pionero a la hora de mostrar a la sociedad la diversidad funcional a través de su cámara.
En 1984, un año antes de su muerte, André Kertész (Budapest, 1894 – Nueva York, 1985) donó más de 100.000 negativos y 15.000 diapositivas en color, cartas y otros documentos personales al Ministerio de Cultura francés. Han debido pasar más de tres décadas para que uno de los museos de fotografía con mayor relevancia en el panorama europeo, el FOAM de Amsterdam, se haya lanzado a la aventura de mostrar al público que visita sus salas una amplia selección de cerca de 200 de esas instantáneas, amén de documentos históricos únicos como revistas ilustradas, álbumes de fotos y hojas de contacto en la exposición titulada Mirroring life (Reflejar la vida), la primera gran retrospectiva del mítico fotógrafo húngaro, puesto que abarca desde sus primeros trabajos en blanco y negro, en los albores del siglo XX, hasta principios de los ochenta de la pasada centuria.
Nacido en el seno de una acomodada familia judía, ‘Bandi’, como era conocido por sus allegados, está considerado uno de los padres de la fotografía social. Sus imágenes en blanco y negro de miembros de la comunidad gitana magiar, tomadas con su ICA Box, de placas de 4,5×6 cm, adquirida con el primer sueldo que ganó trabajando en la Bolsa de Valores de Budapest, revelan desde muy joven una conciencia social que siempre estuvo presente, de un modo u otro, en su punto de mira y que conforma, sin ningún genero de duda, una parte importante de su extraordinaria contribución al lenguaje de la fotografía en el siglo XX.
La exposición, que se prolongará hasta el 10 de enero del año próximo, abarca los primeros trabajos realizados por Kertész en su tierra natal, Hungría; pasando por París, donde entre 1925 y 1936 fue una de las figuras líderes en fotografía de vanguardia; y Nueva York, el lugar en el que estableció su residencia y donde permaneció casi cincuenta años. Considerado como el maestro de alguno de los retratistas más célebres del siglo pasado, caso de Henri Cartier-Bresson, Robert Capa o W. Eugene Smith, Kertész fue pionero en muchos aspectos de un universo, el fotográfico, en plena evolución según avanzaba la anterior centuria.
Su excepcional agudeza creativa para reconfigurar la realidad a través de composiciones inusuales, como su famosa serie llamada ‘Distorsiones’, donde cuerpos femeninos se ven distorsionados por espejos y se mueven como una especie de caricatura, no exentos de erotismo y sensualidad, le convertiría en un personaje destacado de la cultura francesa de los años 30. “Yo interpreto mis sensaciones en un instante determinado. No lo que veo, sino lo que siento”, solía decir este ex combatiente del ejército austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial, de la que escapó en 1917 tras ser herido en un brazo.
Amigo íntimo durante sus años parisinos de los pintores Piet Mondrian y Marc Chagall, del cineasta Sergei Eisenstein, del escritor Tristan Tzara (creador del movimiento Dadaísta) o del escultor estadounidense Alexander Calder, fue durante ese período en el que la peculiar interpretación que hacía de las cosas, como si de un diario se tratara, en la que describía la vida que había a su alrededor, le llevó a darse de bruces con una realidad a la que nadie había prestado atención con su cámara hasta ese instante: la del mundo de la discapacidad. André, que ya había sido un pionero al retratar durante su etapa bélica el día a día de los soldados: sus largas esperas en las trincheras, la desorientación o la desolación de la tropa; elevó a la primera plana de sus trabajos a personas, por lo general del estrato más bajo de la sociedad, que padecían algún tipo de diversidad funcional.
Retratos reivindicativos
Para la posteridad quedarían retratos memorables como el de Clayton ‘Pata Palo’ Bates (1928), un famoso bailarín afroamericano de los años veinte que había perdido una pierna en un accidente con una máquina desmontadora de algodón; ‘El vendedor de lirios en los Campos Elíseos’ (1928); o ‘la mujer lisiada’, imagen esta última que realizó en Nueva York, en 1936. Fue precisamente durante su larga estancia en la ciudad de los rascacielos cuando el fotógrafo de origen magiar ahondaría con mayor profundidad en un nutrido grupo de la sociedad cuyas necesidades vitales eran literalmente ignoradas por la sociedad de aquella época. Sus imágenes, en las que reflejaba las dificultades que padecían las personas con discapacidad en su quehacer diario, tuvieron un efecto reivindicativo en unos años en los que la diversidad funcional era considerada una desgracia con la que quienes la padecían debían de penar durante toda su vida.
Pese a la aparente diversidad de períodos y situaciones, temas y estilos, la coherencia del enfoque poético de Kertész se percibe en cada rincón de su extensa obra, que va desde sus primeras imágenes, fechadas en 1912, hasta sus retratos postreros de 1984, cuando decide ceder al Estado francés la mayor parte de los trabajos realizados durante más de siete décadas dedicado a mostrar al gran público las diversas caras de la vida, aun a pesar de los muchos años que habían transcurrido desde que abandonó la capital gala.
La fotografía de Kertész es conocida también por captar instantes en los momentos correctos, pero también por distorsionar e inventar perspectivas aumentadas y nada reales, sin olvidar su tendencia a colocar las sombras en lugares precisos. Todo ello supone, en definitiva, un legado único de un estilo peculiar que se ha impuesto en las décadas posteriores sobre muchos profesionales de la imagen en el momento de crear.