Gerard&Marcos, cuando las matemáticas sí engañan
Campeones paralímpicos en Río y del mundo en Londres, el atleta ciego Gerard Descarrega y su guía Marcos Blanquiño han hecho de la química emocional y una particular interpretación de Pitágoras los motores que impulsan sus éxitos en el tartán.
Gerard Descarrega y Marcos Blanquiño forman un binomio perfecto en la pista. Tanto que se han sacado de la manga un llamativo eslogan, ‘1+1=1’, del que Gerard presume con orgullo luciendo una camiseta roja que se hicieron después de coronarse reyes de los 400 metros lisos (categoría T-11, para ciegos totales) en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro. Una retinosis pigmentaría, que fue apagando paulatinamente la luz de los ojos al joven atleta catalán, propició hace cuatro años el feliz encuentro de este dueto de deportistas que, unidos por una cuerda que hoy día conecta sus corazones como si de un reloj suizo se tratara, volvieron a elevar al atletismo adaptado hasta el peldaño más alto en los pasados Mundiales de Londres. La suya fue, de hecho, la única presea dorada de las once que la expedición española se trajo de Inglaterra.
“Nos salió todo perfecto. El entrenamiento se pudo ver reflejado en la carrera, una recompensa que no siempre te llega en el deporte. Tuvimos la suerte de hacer las cosas bien, de disfrutar del momento y luego poder recoger los frutos. Podría decirse que ahora estamos en el cielo, así que hay que disfrutarlo y seguir luchando porque igual dentro de dos años estamos un poquito más abajo”, relata Descarrega a Vidas INsuperables bajo la atenta mirada de Marcos, su guía, amigo y confidente; y de Wellow, la perra que desde hace pocos meses se encarga de tomar el relevo de su alma gemela en la pista cuando se calza los zapatos y cruza el umbral del Centro de Alto Rendimiento de Madrid.
Ese anhelado ‘doblete’ Juegos-Mundial fue el resultante de una larga década de sacrificios y la superación de severos varapalos anímicos, motivados por esa pérdida de la visión, que se consumó del todo a punto de alcanzar la mayoría de edad. Es por eso que, cuando Marcos se fundió con él en un abrazo del alma nada más cruzar la meta en el estadio Olímpico sajón, señal inequívoca de que el oro había vuelto a caer en sus alforjas, Gerard sintió “sobre todo mucha tranquilidad. La satisfacción de que has hecho las cosas bien y has recogido los frutos. Es como cuando te estás preparando para un examen y sacas un 10. Hemos pasado aquí muchas horas, han sido muchos entrenamientos, algo que nadie ve. Sólo nos ven corriendo 50 segundos el día de la carrera. Todo parece sencillo pero detrás hay mucha preparación, hay que combinar dos vidas, la mía y la de Marcos, todos los días… es complicado”.
Más reflexivo y mucho más elocuente que su ‘alter ego’, Blanquiño, mediofondista y corredor de cross antes de que Descarrega se cruzara en su ‘calle’ en el otoño de 2013 para proponerle ser sus ojos en la pista, rememora con entusiasmo aquellos días en los que ninguno de los dos tenía ni la menor idea de lo que el destino les tenía deparados. “Para nosotros el primer año fue un poco de transición, de adaptación. Gerard no sabía correr con nadie, yo tampoco. Yo venía de otra prueba, con otro técnico… El primer día el entrenador nos dijo que al siguiente vendría ya con la cuerda, Gerard dijo que sí, yo también, y empezamos a correr. Fue un poco fase de ajustes. Yo ajusté, él ajustó y acabamos cuadrando todo de modo que ya hay poco que ajustar. Entrenando y con buena voluntad, las cosas se acaban consiguiendo. Ahora nos sentimos muy cómodos los dos”.
Gerard tiene muchas virtudes: es súper trabajador, muy disciplinado, duro de roer, un entusiasta, tiene un gran sentido del humor…»
Aquejado desde los cuatro años de una enfermedad degenerativa de las células de la retina, que se van muriendo poco a poco hasta bloquear por completo el campo de visión, la extraordinaria capacidad que ha desarrollado Gerard para ver el vaso medio lleno de las cosas, por dura que sea la papeleta que tenga delante, facilitó esa rápida simbiosis deportiva que hoy día se extiende al ámbito personal. “Nos conocimos a través de un contacto de la ONCE. Nuestro seleccionador, Pedro Maroto, conocía a un chico que entrenó con Marcos. Yo ya me estaba quedando ciego y necesitaba a una persona de apoyo, un guía, y se lo propusieron a Marcos como una experiencia nueva. Desde el primer momento hubo química entre nosotros. Y eso que somos de caracteres distintos, pero nos complementamos muy bien. Ahora Marcos no es sólo mi guía, es mi amigo, un hermano mayor, un colega… Estamos muy unidos en todas las facetas de la vida”.
Sincronización y fe mutua
Apenas unos minutos de charla bastan para percibir esa conexión emocional que les une de manera indisoluble cuando se calzan las zapatillas y que les permite funcionar como una sola mente, como un solo cuerpo, sin necesidad de articular sus voces. “Ya está todo tan hablado y tan entrenado, que no hace falta. Todo lo que tenemos que decirnos lo hacemos antes de la salida de tacos. La única palabra que me dice Marcos es “10”, cuando estamos cerca de la meta, y esa es la señal de que tengo que meter pecho. Lo único que tenemos que hacer es centrarnos el uno en el otro para no descoordinarnos, que es lo más importante”.
La sincronización y la fe mutua que se profesan son los pilares sobre los que los flamantes campeones paralímpicos y del mundo en 400 metros han construido una trayectoria meteórica que arrancó con una medalla de plata en Doha 2015. “Tenemos que ser sinceros el uno con el otro. Si yo le digo a Marcos que voy a salir rápido, él se debe preparar también para que no le pille el toro. Hay que tratar siempre de que no nos pueda la emoción por salir muy rápido. Es, en definitiva, confiar mutuamente y dejarse llevar, que es lo más fácil. Entrenando hacemos cosas mucho más difíciles”, apunta un Descarrega que, a diferencia de no pocos deportistas, huye de cualquier forma de amuleto o manía antes de plantar bandera en su lugar de trabajo.
“Somos poco de supersticiones porque eso me parece como tener ataduras, siempre estar pendiente de algo. Nos damos un abrazo antes de salir, eso sí, pero no por ritual sino porque nos apetece. Nos quita presión. Decimos que pase lo que pase, seguiremos siendo los mismos… Y corremos”.
Los años de duro esfuerzo compartido, el roce diario y las muchas experiencias que les ha tocado vivir ligados a una cuerda han forjado entre Gerard y Marcos un vínculo tan estrecho que les permite conocerse mejor que sus propias familias. El atleta tarraconense destaca de su guía que “es como una madre, muy atento. Si hay algo que depende de él para que yo esté mejor, lo hace sin pensar. Siempre busca el mejor camino para que las cosas funcionen”.
Blanquiño profundiza un poco más y destapa las innumerables virtudes de su compadre. “Tiene muchas. Es súper trabajador, constante, es disciplinado, es un poco obsesivo que para atletismo viene muy bien porque es un tío muy duro de roer. Tiene muchas condiciones, muchas ganas aprender, de seguir hacia adelante, de vivir, es un entusiasta, es muy alegre, tiene sentido del humor, encaja todo perfectamente… Hombre algún día tiene malo, pero como yo. Entonces nos lo decimos y ya está. Si seguimos juntos después de tanto tiempo es porque pesa más lo bueno que lo malo”.
Confiesa Gerard, quien de pequeño practicaba casi cualquier deporte con una pelota de por medio, que haber descubierto en su adolescencia el atletismo, justo cuando sus ojos empezaban a apagarse, marcó un antes y un después en su vida. Y no precisamente para peor. “Tengo claro que, de no haber sufrida esta enfermedad, no me habría dedicado al atletismo. Habría tirado por el fútbol o el baloncesto, a lo que se jugaba en mi pueblo. Podría decir que gracias a no ver pude conocer el atletismo y todo lo que me aporta: una vida plena, más completa y mejor de la que tendría si pudiera ver”.
Gracias a no ver pude conocer el atletismo y todo lo que me aporta: una vida plena y feliz, mejor de la que tendría si pudiera ver»
Sus ganas de vivir y de exprimir al máximo cada segundo del día se ven reflejadas en el cúmulo de actividades que realiza. “Tengo muchos frentes abiertos, es verdad. Doy cursos de quiromasaje; tengo también una clínica, de la que estoy buscando un comprador para mi parte porque ahora no me puedo dedicar a ella como quisiera; también estudio guitarra, aunque ahora la tengo un poco abandonada. Y luego estudio psicología. Mi prioridad ahora mismo es acabar la carrera, entrenar y prepararme bien para poder llegar en las mejores condiciones a Tokio 2020”, apunta el atleta reusense quien, a pesar de sus notables logros sobre el tartán junto a Blanquiño, continúa esperando la llamada a su puerta de algún patrocinador.
El afán de superación de Gerard y ese permanente deseo de hacer de su vida un poema de nuevas alegrías a pesar de su ceguera, le impulsó a cumplir un sueño pendiente a caballo entre Río y Londres. Recorrer Nueva Zelanda haciendo autostop, con la única ayuda de su propio bastón, e incluso practicar modalidades deportivas de alto riesgo, como escalar volcanes, cruzar glaciares, hacer surf o saltar en paracaídas. Su más reciente aventura ha sido escalar el Allalinhorn (4.027 metros), en los Alpes suizos, tras aceptar el reto que le propusieron desde el programa de Teledeporte Full Activity.
Incapaz de dar descanso a su mente a la hora de fabricar nuevos desafíos, este intrépido e insaciable atleta que dejó su Reus natal seis años atrás para instalarse en la Blume tiene grabado a sangre y fuego su próximo objetivo. “No hemos sido nunca campeones de Europa, y es la próxima competición que tenemos, así que vamos a intentar conseguir ese título que nos falta. Pero por encima de todo, pasarlo bien los dos y disfrutar de esto”. Y así el insuperable tándem Descarrega-Blanquiño seguirá sudando la gota gorda empeñado en llevar la contraria al mismísimo Pitágoras.